X Congreso Internacional sobre la Imagen

Resumen

Uno de los aspectos más traumáticos de la historia política del Alto Imperio romano ha sido la indefinición jurídica del carácter monárquico del poder de los emperadores. Esta vaguedad, presupuesta por la permanencia de las instituciones soberanas del régimen anterior, implicó dramáticas consecuencias en la relación entre el emperador y la aristocracia imperial, marcada por la inseguridad. Bajo los gobiernos de Nerva y Trajano se puede reconocer la emergencia de un proyecto político diseñado por un grupo de intelectuales vinculados a la corte imperial a través de la figura de Plinio el Joven. Este proyecto tenía por objeto asegurar en el centro del poder cierta previsibilidad a partir de la ritualización de comportamientos que neutralizaran aquella tensión preservando la preeminencia social de la elite. Este proyecto se consumó por medio de la elaboración de un discurso basado en la idea del surgimiento de una nueva “Buena Era” (bona seculi) bajo el gobierno de los primeros Antoninos. Patrocinados por Plinio, Suetonio y Tácito reprodujeron en clave historiográfica esta ideología, lo cual suponía contraponer el presente con el precedente periodo Julio-Claudiano, evaluado negativamente (indecora seculo). Para ello, la literatura se valió de dos estereotipos clásicos, el del “tirano” y el del “bárbaro”, para calificar a ciertos aspectos de las personalidades imperiales que en la mentalidad romana conceptualizarían al “mal gobernante”. La evidencia testimonial que poseemos sobre la caracterización del emperador Calígula (fundamentalmente a través de Suetonio) podría calificarse, en parte, como un caso típico a cuyo análisis se procede.